jueves, 23 de febrero de 2012

Tiempo de Cuaresma 2012



DESIERTO- RECONOCIMIENTO- RESURRECCIÓN

Hno. Luís Cisternas.

Finalizando la temporada estival de verano y vacaciones, se nos presenta el tiempo de la cuaresma como otra nueva temporada de descanso y familiaridad para con Dios y los hermanos.

Introducirnos de golpe a este tiempo no es lo más fácil, porque supone ir aquietando toda la carga emocional que el verano nos ha ido entregando. Supone ingresar en un tiempo de vacío y soledad, después de un periodo lleno de imágenes música, color y fiesta; supone ingresar en un tiempo de ejercitación después de haberle dado cierto descanso relajado a la vida; supone poner la mirada en aquello que no se ve, después de haber enaltecido la imagen y la apariencia; supone estar atento a mi hermano, después de haber estado apresto a mis gustos y quereres.

Con esto no debemos concluir que el éxito de la cuaresma depende exclusivamente de nosotros, sino también de nosotros, es decir, depende de la gracia y la disponibilidad. Esta es la relación entre Dios y el hombre. Dios se manifiesta, y el hombre responde con la fe. Por eso, no dejemos todo a Dios, como si el ingresara en nuestra vida sin nuestro consentimiento; pero tampoco creamos que todo depende de nosotros porque ahí podríamos encontrarnos en la típica práctica religiosa egocéntrica.

La oración, la caridad y el ayuno, son los medios que nos regalan esta disponibilidad. La oración nos permite el encuentro con Dios y un encuentro desnudo; la caridad nos invita a mirar a nuestro alrededor, expandiendo el amor que por la oración hemos descubierto en nosotros; y el ayuno nos hace poner la mirada en lo que importa y perdura, ordenando de este modo la vida con prioridades concretas.

Desde anteayer Jesús por medio de su palabra (Mc 9, 30- 37) nos ha invitado a entrar con él y en él al desierto. Es el texto que nos habla del segundo anuncio de la pasión y de quien es el mayor entre los doce. Nos relata el evangelio que Jesús camina por Galilea mientras va enseñando y anunciando a sus discípulos su pasión, muerte y resurrección, pero ellos al parecer no entendían. Al llegar a Cafarnaúm Jesús les pregunta: “¿de que van discutiendo por el camino?” Son las primeras palabras de este evangelio que merecen mayor atención, porque Jesús les esta revelando su pasión, pero los discípulos terminan hablando de otra cosa. Se les revela un misterio, y el interés de los discípulos se va por otra dirección. Podríamos decir que los discípulos andan “dispersos” y fuera de lugar. Pareciera que no están compenetrados en los que Jesús les presenta, aunque les este hablando del desenlace de su vida, pero ni eso atrapa la atención de ellos.

Quizás nosotros también estamos dispersos en el seguimiento de Jesús. A lo mejor las familias están dispersas cuando anteponen al amor y al dialogo, el éxito económico y el cultivo arribista de la imagen; a lo mejor los religiosos estamos dispersos cuando anteponemos a la persona de Jesús y a los hermanos, nuestros criterios, caprichos y hacemos de Jesús una de las tantas actividades del día; a lo mejor el hombre esta disperso cuando cree que su felicidad esta dada por aquello que tiene y hace.

Continúa el relato del evangelio con la respuesta de los discípulos a la pregunta de Jesús, respuesta que se da callando, porque iban discutiendo quien era el mayor. Y Jesús se detiene, se sienta y les dice: “Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos, y el servidor de todos” Pareciera que frente a la dispersión y asociación de identidad egocéntrica propone ser último, que Francisco de Asís traduce en ser menor, la minoridad franciscana. Porque los discípulos se quieren valorar a partir de su puesto o rol, tal como sucede a menudo en nuestra vida.

Los discípulos supervaloran el hacer frente a lo que son de verdad a los ojos de Dios. Asimismo, los encontramos al regreso de la misión de los setenta y dos discípulos, al expresar alegría por lo logrado: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre” (Lc 10, 17) A lo que Jesús responde: “pero no se alegren de que los Espíritus se les sometan, sino alégrense porque sus nombres están escritos en los cielos” (Lc 10, 20) Esta es la pedagogía del maestro por hacer profundizar a sus discípulos en el auténtico autoconocimiento, pasando de la identificación del yo egocéntrico que depende de aquello que quiero mostrar usando los parámetros de otra gente y así alcanzar su aprobación, hasta llegar al auténtico conocimiento que me permite acoger y aceptar el “don de la existencia”, quien soy de verdad. Para transitar este itinerario, debemos hacerlo por la carretera del desierto, que nos desnuda de las variadas máscaras y represiones que nos han acorazado.

Entonces, ser los últimos o ser los menores consiste en saberse y sentirse existencialmente un hombre feliz por un solo motivo: Dios es mi riqueza, de el dependo, solo Dios basta, mi Dios y mi todo. Consiste en comenzar a vivir libre y feliz sabiéndome aceptado y amado por un Padre tierno que no me pide tal o cual conducta para aprobarme, solo me ama. Llegar a esta verdad real, es vivir como servidor, como último, como menor, como hijo y hermano.

Por eso la minoridad o el ser último no se debe atribuir a la actitud autoimpuesta sumisa y servil, que con todo puede seguir siendo egocéntrica, por el hecho de querer seguir manteniendo una imagen para el resto. Ser los últimos tiene más que ver con la experiencia paternal de Dios que me hace descubrirme existencialmente Hijo de Dios amado. Este descubrimiento nos produce una alegría tan grande que lo único que podemos hacer es compartirla y expresarla en el servicio generoso concreto, como Jesús lo hizo con su misma vida.

Quizás todos en algún momento de la vida hemos experimentado algo de la paternidad de Dios, y no solo como una cuestión sabida intelectualmente sino como una realidad afectiva y existencial. Sin embargo, para que esto sea una constante vital necesita perseverancia real de silencio y oración, porque es ahí, en el desierto espiritual donde la voz del Padre alcanza mayor nitidez para nosotros, diciéndonos: “tu eres mi hijo amado, en quien tengo puestas mis complacencias”

Hoy escuchamos a Jesús diciéndonos: “si alguno quiere venir detrás de mi, niéguese a si mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lc 9, 23) Son nuevamente las palabras de Jesús las que nos invitan abandonarnos y olvidarnos de nosotros mismos, pero cuidado, no quiere que abandonemos lo bueno que te ha regalado porque todo aquello procede de él, sino lo que te mantiene en la ilusión de creer que somos independientes en relación a Dios, aquello que te hace gastar energías por pretender ser lo que no eres.

Que en este tiempo de cuaresma, podamos subir con Jesús a la cruz, y morir al falso yo para resucitar, y vivir de acuerdo a lo que pensó Dios con cada uno de nosotros.

Espíritu Santo, llévanos al desierto y ayúdanos a permanecer allí. Amén

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