En la práctica podríamos llamar a esta solemnidad, la solemnidad del espacio, es decir, dejar lugar a Dios para que como en María nos habite, y así la encarnación vuelva a tomar forma en nosotros. La Virgen María con su ejemplo esponsal nos enseña a tener esta relación con Dios, el Emanuel, Dios con nosotros. Que esta fiesta no solo quede en la solemne celebración litúrgica o en el discurso bello y superficial, sino que se vea realizado en cada uno de nosotros, por la gracia de Dios y por nuestra libertad de voluntad, que se convierte en espacio.
Hno Luís Cisternas, ofm.
La Anunciación: Un Príncipe de los ángeles es enviado desde los Cielos para decir a la Madre de Dios: "Alégrate." Cuando Te contempla, oh, Señor, asumiendo un cuerpo, exulta y queda asombrado, y con voz inmaterial la aclama:
¡Salve, Luz de alegría! ¡Salve, extinción de la maldición! ¡Salve, resurrección de Adán caído! ¡Salve, redención de las lágrimas de Eva! ¡Salve, altura inaccesible a la razón humana! ¡Salve, profundidad insondable aun a los ojos de los Ángeles! ¡Salve, trono del Rey! ¡Salve, portadora de Quién lo lleva todo! ¡Salve, estrella que anuncia al Sol! ¡Salve, seno de la divina Encarnación! ¡Salve, renovadora de la Creación! ¡Salve, Madre del Creador! ¡Salve, Esposa siempre Virgen!
Considerando su castidad, la Santísima dice con franqueza a Gabriel: "La paradoja de tu palabra parece incomprensible a mi alma. Me predicas una maternidad sin que conozca varón y exclamas: ¡Aleluya!
Himno Acatista a la Madre de Dios, atribuido a Romanos le Mélode (+ 560
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