EL OASIS NOS ESPERA... EMPIEZA CAMINANDO POR EL DESIERTO…
Para llegar al oasis de la vida es necesario
caminar por el desierto. Quienes conocemos el desierto de Atacama, en el norte
de Chile, podemos dar cuenta, que caminar por la sequedad de la tierra seca, el
vacío del paisaje, y la inclemencia del calor no es nada fácil y placentero, y
en más de una oportunidad nos puede parecer monótono y cansador, hasta decidir
escapar de aquel lugar tan inhóspito. Esta experiencia sensible del desierto
territorial nos remite a una experiencia existencial, la de nuestros miedos
cuando tenemos que enfrentar los propios desiertos de la vida. Cuando vienen
los sentimientos de “sin sentido”, la pérdida de algún familiar, la enfermedad,
los problemas de convivencia con quienes nos relacionamos a diario, la
impotencia de no poder hacer más de lo que quisiéramos, la humillación y la
injusticia, quisiéramos automáticamente escapar de aquello, hasta casi imaginar
que todo lo que se nos presenta es sólo un sueño que aún no termina. En otras
palabras, nos parece natural decir que no estamos hechos para el desierto.
Pero, si nos ponemos a reflexionar sobre aquello que nos provoca el desierto,
una de las primeras características que tendríamos que enumerar es que nos
“desnuda”. En el desierto, hay pocos y en lugares más extremos nada de arbustos
y vegetación que nos pueda cubrir, por lo que estar en el desierto nos expone
totalmente al cielo, a la inmensidad del cielo, en el fondo a Dios. Esta
desnudez, se va acentuando en la medida que avanzamos por medio del desierto,
quizás al inicio es todo bacán, una verdadera aventura o una experiencia
extrema, o de lo contrario, sentimos mucha resistencia para ingresar al
desierto; es así como el desierto va trabajando con nosotros, ya que nos desnuda
y expone… y esto lejos de ser algo totalmente ajeno a nuestra naturaleza, nos
recuerda la creación del hombre por Dios, en la que fuimos hechos para una
relación con Dios en total desnudez, sin secretos y sin una autonomía
autorreferencial.
Dejarse llevar por el Espíritu al desierto, tal
como lo experimentó Jesús (Mc 1, 12-15), es volver a una relación transparente
con Dios, en la que dejamos máscaras o falsas identidades que nos alejan de
nosotros mismos y de Dios, pues todo lo ajeno al desierto nos lleva a decir que
somos lo que tenemos, poseemos y hacemos. Por lo mismo, podríamos decir que
nuestro sistema social y económico actual es enemigo del desierto, al que el
Espíritu nos quiere conducir, ya que el sistema a menudo nos dice quienes somos
y que debemos hacer, el sistema segrega y etiqueta, el sistema esclaviza y
explota, el sistema nos hace auto referenciales e individualistas. Cuando vamos
al desierto, asistidos por el Espíritu, poco a poco nos vamos soltando del
anquilosamiento espiritual, psicológico y humano, para decir como San Francisco
de Asís: “Cuanto es el hombre ante Dios, tanto es, y no más”. En otras
palabras, el desierto nos permite vivir en mayor libertad, sin pretensiones
hacia fuera, y descubriendo que lo importante de la vida esta en lo sencillo,
en el amor, en la donación, en la fraternidad y la solidaridad.
De esta manera, muchas de las
tentaciones que experimentamos provienen del sistema que es fruto del pecado, y
que nos hacen desear, como algo casi inherente al hombre: el tener, el poder y
el placer. Entonces, ir al desierto no es para martirizarse sino para vivir cada vez más en la
autenticidad, en la libertad, en la donación, y en la auténtica fraternidad
evangélica, y así llegar al oasis de la vida, que se encuentra luego de pasar
por el desierto.
Una hermosa cuaresma a todos…
Hno. Luís Cisternas Aguirre.
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